A UN EX..
EN SEMANA SANTA DEL 1974:
Llegué a casa tras el viaje
un poco cansada y muy decepcionada; cansada porque ya sabes que anoche no dormí
y decepcionada porque no me esperaba un argumento tan sencillo tan poco
convincente como el que de tus labios brotó.
No sé bien que quiero decirte
en ésta carta, y la verdad es que no sé ni porqué la escribo pero lo cierto es
que lo estoy haciendo; creo que ante tanto “no sé”, te explicaré mi viaje de
regreso.
Treinta, cincuenta,
ochenta, ciento veinte... la aguja del
cuenta kilómetros marcaba la velocidad en una carrera desenfrenada dentro de su
redondel en busca de un número donde estabilizarse, no sin antes subir y bajar
por la numeración esperando saborear las sensaciones que todos los números causaban.
Yo me arrellené en el
confortable asiento del Ford y, atrapada
por algo más que el cinturón de seguridad, apretaba el acelerador con el ímpetu
necesario para alcanzar esa propicia velocidad que me llevara a ningún sitio,
El cielo estaba despejado,
lucía un color azul plomizo que destacaba enormemente del azul-verdoso del mar,
la carretera en aquellos momentos me parecía un camino que mostraba la escala
de colores que me rodeaba, bordeaba el mar y una inmensa playa, desierta a esas
horas, y las olas vomitaban espuma desafiando el ambiente apacible que reinaba.
Todo aquel conjunto encajaba perfectamente con mi determinación de ser valiente
y de afrontar la decisión que anoche habías tomado.
Me creía en la imperiosa
necesidad de derribar todos los ladrillos encajados perfectamente que yo había
ido apilando en la construcción de nuestra relación; el respeto (el ladrillo
base), la sinceridad, la armonía, el deseo, la comunicación, el saber hacer, la
clase, en una palabra la unidad más absoluta, el amor. Sentía que tenía que
darle una fuerte patada a esos ladrillos y extenderlos por el suelo para
pisotearlos y romperlos...
Y ahí seguía yo, conduciendo
al borde del mar, y queriendo destruir algo que me parecía importante, sentada
frente al volante con el amargo y exagerado victimismo de que me habías matado
(hipotéticamente).
La carretera seguía fluida,
de vez en cuando pasaba algún loco adelantándome con demasiada prisa, y yo
intuía que debería tener un destino prefijado, y entonces me sentía más y más
desgraciada.
Aminoré la velocidad, la
verdad es que ya no tenía ganas de correr ¿para qué? la realidad es que no
quería llegar a casa y tampoco ir a ningún lugar...
La suavidad con que en
automóvil se deslizaba en esos momentos, también suavizó mis pensamientos y con
ellos mis sentimientos de desgracia y de tristeza, y fue entonces cuando paré
el coche en un entrante de la carretera y salí a contemplar la playa de cerca.
¡Qué bonita estaba! su repetido movimiento, su suave rugir, su bello color, su inmensidad
óptica, sus volúmenes cambiantes, su conversación con la arena, su majestuosa y
voluptuosa danza, invitaba a acercarse y así lo hice.
Las gaviotas observaban mis
movimientos con un sinuoso planear, y varias latas de coca cola semienterradas
en la arena me miraban desafiantes dándome pistas de los sucesos ocurridos,
probablemente la noche anterior.
Me senté en la orilla del mar
y me quité las sandalias para que el agua me dijera que aquello era realidad,
que no estaba soñando y que la verdad puede ser fría, tan fría como el agua en
mis extremidades y, mi pensamiento en ese momento vagó por el pasado y sin
saber porqué pensé en mi madre:
Una mujer dulce, armónica físicamente,
prudente al extremo de perder ella cualquier cosa con tal de no hacer daño a nadie, sutil en
sus apreciaciones, discreta en todas las facetas de su vida, sacrificada por los demás, un
tanto ignorante para manejarse en sociedad, pero tremendamente luminosa, tanto que todo aquel
que la conociera no podía por menos que
hacerle un hueco en su corazón...
Y su vida fue una clara defensa de sus
convicciones; crió hijos, arrugas y canas; sonrió siempre a las adversidades y lloró las
injusticias que ella veía a su alrededor.
Y un día que me peleé con ella, dentro de
las palabras que la discusión propició, se me clavaron éstas frases:
Hija sólo un punto invisible separa el ser
buena persona de ser imbécil...
muchas veces es mejor aparentar la
imbecilidad para mantenerse íntegra, que defender la realidad que los demás no ven... yo no sé si he conocido el verdadero amor,
pero mi realidad es que yo he vívido mi amor con toda la autenticidad y, el
resultado es mi luz.
Y sabes ex, al volver a mi
realidad de ese momento, resultó que el agua que estaba tan fría y al principio
me produjo escalofríos, ya no la sentía. Y además mis labios se entreabrieron
marcando una sonrisa, y una luz inmensa desde el horizonte me envolvió el
cuerpo y el alma, y desapareció la amargura, y me dió fuerzas para levantarme,
volver al coche, poner la atención total en conducir prudentemente, y
reafirmarme en lo que a ti te había asustado...
SI ME DEJABAS POR SER DEMASIADO
AUTENTICA, DEMASIADO BUENA Y POCO
PROVOCATIVA,
esa sería mi
bandera siempre, y otro la valoraría.
En fin, estoy contenta de
poder explicarte mi experiencia y como te decía al principio estoy cansada y
decepcionada porque no has sabido ver más allá de tus ojos…
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