TU ERES EL ESPEJO QUE MIRO PARA MIRARME… Y YO SOY EL REFLEJO DE LO QUE TU MIRAS AUNQUE NO LO QUIERAS VER.

Maribel Genzor

09 abril 2012


A UN EX..



 EN SEMANA SANTA DEL 1974:



            Llegué a casa tras el viaje un poco cansada y muy decepcionada; cansada porque ya sabes que anoche no dormí y decepcionada porque no me esperaba un argumento tan sencillo tan poco convincente como el que de tus labios brotó.



            No sé bien que quiero decirte en ésta carta, y la verdad es que no sé ni porqué la escribo pero lo cierto es que lo estoy haciendo; creo que ante tanto “no sé”, te explicaré mi viaje de regreso.



            Treinta, cincuenta, ochenta,  ciento veinte... la aguja del cuenta kilómetros marcaba la velocidad en una carrera desenfrenada dentro de su redondel en busca de un número donde estabilizarse, no sin antes subir y bajar por la numeración esperando saborear las sensaciones que todos los números causaban.



            Yo me arrellené en el confortable asiento del Ford  y, atrapada por algo más que el cinturón de seguridad, apretaba el acelerador con el ímpetu necesario para alcanzar esa propicia velocidad que me llevara a ningún sitio,



            El cielo estaba despejado, lucía un color azul plomizo que destacaba enormemente del azul-verdoso del mar, la carretera en aquellos momentos me parecía un camino que mostraba la escala de colores que me rodeaba, bordeaba el mar y una inmensa playa, desierta a esas horas, y las olas vomitaban espuma desafiando el ambiente apacible que reinaba. Todo aquel conjunto encajaba perfectamente con mi determinación de ser valiente y de afrontar la decisión que anoche habías tomado.



            Me creía en la imperiosa necesidad de derribar todos los ladrillos encajados perfectamente que yo había ido apilando en la construcción de nuestra relación; el respeto (el ladrillo base), la sinceridad, la armonía, el deseo, la comunicación, el saber hacer, la clase, en una palabra la unidad más absoluta, el amor. Sentía que tenía que darle una fuerte patada a esos ladrillos y extenderlos por el suelo para pisotearlos y romperlos...



            Y ahí seguía yo, conduciendo al borde del mar, y queriendo destruir algo que me parecía importante, sentada frente al volante con el amargo y exagerado victimismo de que me habías matado (hipotéticamente).



            La carretera seguía fluida, de vez en cuando pasaba algún loco adelantándome con demasiada prisa, y yo intuía que debería tener un destino prefijado, y entonces me sentía más y más desgraciada.



            Aminoré la velocidad, la verdad es que ya no tenía ganas de correr ¿para qué? la realidad es que no quería llegar a casa y tampoco ir a ningún lugar...



            La suavidad con que en automóvil se deslizaba en esos momentos, también suavizó mis pensamientos y con ellos mis sentimientos de desgracia y de tristeza, y fue entonces cuando paré el coche en un entrante de la carretera y salí a contemplar la playa de cerca. ¡Qué bonita estaba! su repetido movimiento, su suave rugir, su bello color, su inmensidad óptica, sus volúmenes cambiantes, su conversación con la arena, su majestuosa y voluptuosa danza, invitaba a acercarse y así lo hice.



            Las gaviotas observaban mis movimientos con un sinuoso planear, y varias latas de coca cola semienterradas en la arena me miraban desafiantes dándome pistas de los sucesos ocurridos, probablemente la noche anterior.



            Me senté en la orilla del mar y me quité las sandalias para que el agua me dijera que aquello era realidad, que no estaba soñando y que la verdad puede ser fría, tan fría como el agua en mis extremidades y, mi pensamiento en ese momento vagó por el pasado y sin saber porqué pensé en mi madre:



   Una mujer dulce, armónica físicamente, prudente al extremo de perder ella cualquier cosa   con tal de no hacer daño a nadie, sutil en sus apreciaciones, discreta en todas las facetas   de su vida, sacrificada por los demás, un tanto ignorante para manejarse en sociedad, pero  tremendamente luminosa, tanto que todo aquel que la conociera no podía por menos que   hacerle un hueco en su corazón...



   Y su vida fue una clara defensa de sus convicciones; crió hijos, arrugas y canas; sonrió  siempre a las adversidades y lloró las injusticias que ella veía a su alrededor.

   Y un día que me peleé con ella, dentro de las palabras que la discusión propició, se me clavaron éstas frases:

   Hija sólo un punto invisible separa el ser buena persona de ser imbécil...

   muchas veces es mejor aparentar la imbecilidad para mantenerse íntegra, que defender  la realidad que los demás no ven...  yo no sé si he conocido el verdadero amor, pero mi realidad es que yo he vívido mi amor con toda la autenticidad y, el resultado es mi luz.



            Y sabes ex, al volver a mi realidad de ese momento, resultó que el agua que estaba tan fría y al principio me produjo escalofríos, ya no la sentía. Y además mis labios se entreabrieron marcando una sonrisa, y una luz inmensa desde el horizonte me envolvió el cuerpo y el alma, y desapareció la amargura, y me dió fuerzas para levantarme, volver al coche, poner la atención total en conducir prudentemente, y reafirmarme en lo que a ti te había asustado...





     SI ME DEJABAS POR SER DEMASIADO AUTENTICA, DEMASIADO BUENA Y POCO  PROVOCATIVA,



esa sería mi bandera siempre,  y otro la valoraría.



            En fin, estoy contenta de poder explicarte mi experiencia y como te decía al principio estoy cansada y decepcionada porque no has sabido ver más allá de tus ojos…












No hay comentarios:

Publicar un comentario